La Nación no tiene solución: Conclusión

#DEMOS #JOSÉPAPÍ #diputadodedistrito Queridos amigos, queridos seguidores: La nación española no tiene solución. En lugar de buscar su libertad, los españoles se agolpan alrededor del voto (ignorando que las últimas décadas han hecho de España un país irrelevante, profundamente injusto y más pobre) y se agolpan alrededor de las plataformas de entretenimiento digital. Al tiempo, los supuestos disidentes se enfrascan en envidias y grescas, mientras muestran una querencia al caudillaje y al cortoplacismo. Los españoles confunden lo que pueden hacer con sus dedos (depositar una papeleta en las urnas, darle al “me gusta” en una red social) con lo que pueden hacer con sus manos (manifestándose y protestando en la calle libremente y sin la tutela del poder político, gestionando su poder de compra al evitar adquirir determinados productos y servicios, investigando y llevando a los tribunales a quienes intentan saquear o destruir nuestra nación, etc.). La corrupción de nuestra clase política ( millones de Euros al año según tantos estudios) ya es superada por el coste del absentismo de los españoles ( millones de Euros al año), al tiempo que los ingresos de un ciudadano cualquiera están predeterminados en un 70% de posibilidades por el patrimonio familiar heredado y no por los logros personales conseguidos. Siempre a la espera de la nueva subvención o del nuevo “líder” que abandere la transformación de España, la mayoría de ciudadanos españoles ya no busca metas con su esfuerzo. Mientras llenan los bares, las redes sociales y los estadios deportivos, e idolatran el dinero y la fama, se dicen a sí mismos: que otro lo haga, que yo estoy muy ocupado y no puedo o no tengo tiempo. Eso sí, encantados de ser políticos o funcionario, encantados de vivir de la familia o encantados de sentirse víctimas de alguna afrenta real o imaginaria. El asociacionismo en España también parece limitarse a la opinión y el entretenimiento, y no es para nada el asociacionismo activo en el que uno pierde dinero, tiempo y reputación para conseguir cambios sociales y políticos, como sí ocurre en otros países. Hablando de otros países, en cualquier país de la UE, e incluyo en ello a los 26 países de la Unión que no son España, el Gobierno hubiera dimitido en pleno por presión popular el pasado 24 de mayo cuando se anunció la imputación de la esposa del Presidente del Gobierno. Y también hubiera sido el caso si el gobierno de cualquier nación europea hubiera pactado con separatistas de cualquier modo y forma, o si se hubieran conculcado los derechos ciudadanos del modo en que se hizo con la aquiescencia de casi todos durante la denominada etapa pandémica. España ha de tocar fondo. Uno pensaba – erróneamente – que la actual huida de la realidad por parte de las élites políticas y económicas era una gran oportunidad para el sentido común y para el realismo político. Uno soñaba con que España y la Hispanidad fueran las piezas que desequilibraran el tablero geopolítico actual, por carácter, por historia, por fortaleza. Pues nada de eso. España va camino del plus-ultra una vez más, eso sí, no para bien en esta ocasión. Y es que parece que el historiador griego Estrabón tenía la razón cuando consideraba que lo más fácil del mundo era enrolar a unas tribus (hispanas) contra otras, en un país donde el orgullo local impide juntar fuerzas para afrontar empresas comunes. Servidor conectó con los mal llamados partidos emergentes (donde se me ofreció eso que algunos denominan “puestos de salida”), aunque visto lo visto, el pudor y la decencia hicieron que me alineara con el gran pensador y jurista Antonio García-Trevijano, quien me convenció de que el régimen político español no tenía futuro alguno, pues no ofrecía ni una verdadera representación a los ciudadanos - a través de la figura del diputado de distrito y no de las listas de partido -, ni una verdadera separación de poderes - donde los jueces ejerzan su labor libres de interferencias partidistas y el ejecutivo se limite a ejecutar lo que le marcan los diputados -. Antonio García-Trevijano también me avisó de que convencer a los españoles que todavía no eran libres tomaría décadas (él hablaba de 100 años) y que en el camino aparecerían mediocres, traidores e impostores a espuertas. Hoy lamento tener que darle la razón. Del mismo modo, su última herramienta de lucha, la abstención, no consigue generar una mayor aceptación popular, a pesar del descalabro económico y social galopante. Mientras tanto, la mayoría de los españoles espera la llegada de ese líder de partido “angelical” – eso sí sin control alguno por parte de la ciudadanía - que no sea corrupto y por fin cambie las cosas a mejor.
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